Dicen, los más conservadores que, solo se puede ser hincha de un equipo de tu país ya que es al equipo que se puede ir a alentar en vivo (se supone). De hecho, un relator que dice “yo sé que te gusta el Barcelona y el Madrid, pero en Colombia está el equipo que verdaderamente amas”. De ser la primera afirmación cierta, solo Atlético Nacional, América de Cali y Millonarios son los únicos equipos que tienen más de 10.000 hinchas en el país. Yo, señor relator verdaderamente amo al América de Cali, pero hay otro equipo 8609 que es dueño de una gran parte de mi corazón. Como amo a mi mamá amo a mi hermana y como amo a la “mechita” amo al Liverpool Football Club.
Y, ¿cómo es que termina una persona de Cali, Colombia involucrada con un equipo de una cultura totalmente diferente, un idioma que ni conocía; un club que además llevaba, para ese entonces unos 16 años sin ganar una liga y jamás un colombiano había vestido la camiseta “red”? La respuesta es la misma que le daría cualquier persona profundamente enamorada de su pareja actual o del amor de su vida: simplemente lo vi y algo me hizo sentir que ahí era. Porque déjeme confesarle querido amigo lector, querida amiga lectora, que primero fui hincha del Liverpool, antes que del América de Cali; pero eso es una historia para otro día.
En el primer apartamento en el que viví teníamos 2 televisores para 5 personas, el del cuarto principal y el de la sala que era casi propiedad de la señora que nos ayudaba con la cocina y el aseo. De 12 del medio día que llegábamos del colegio, hasta más o menos las 5 o 6 de la tarde que volvía mi padre, el primero siempre en llegar, los canales solo se movían entre el 18 y el 22: Jetix, Cartoon Network, Disney y otro que se me escapa; pero cuando escuchábamos la voz de mi papá, sabíamos que nuestro tiempo había terminado y era el momento de la Copa Libertadores o la suramericana, dependiendo de la época del año. Al principio me quedaba por pasar tiempo con mi papá, después se terminó volviendo un gusto y meses después, los sábados en la mañana antes de él salir para la galería, mi papá dejaba encendido el televisor de la sala prendido para que yo pudiera ver los partidos de la Premier League de Inglaterra.
Así comienza esta historia de amor, aquel equipo rojo. El equipo en ese entonces de “Rafa” Benítez podía ganarle 4-1 al Manchester United y perder 1-0 con el Wigan. Fui creciendo y el fútbol con el tiempo también se fue volviendo más popular, era, como bien menciona aquel relator Barcelona o Real Madrid y si le preguntabas a mis amigos de Inglaterra que equipo preferían te respondían Chelsea, Manchester United o incluso el Arsenal; si había alguien con una camiseta del Liverpool era por el bonito diseño que tenía la camiseta, no por porque realmente le gustara el equipo de Anfield.
También fui creciendo y conmigo los deseos de ir a Anfield. No era algo sencillo, Inglaterra queda “al otro lado del charco”, la libra esterlina es al cambio del peso colombiano, una de las monedas más costosas y en esos momentos los colombianos necesitábamos una visa especial para ingresar al Reino Unido. En el año 2015 se presenta la oportunidad de hacer un intercambio en Alemania, la oportunidad para perfeccionar el idioma, hacer nuevos amigos y por supuesto, la de ir a Anfield. Ninguna de esas tres metas se cumplió, pero si pude cumplir mi sueño ver al Liverpool en vivo. Aquí empieza la historia de la primera vez que fui a un partido del Liverpool Football Club, el equipo que nunca camina solo.
En aquella experiencia en el país teutón me hospedó una familia a la que no le sobraba nada económicamente, pero siempre fueron muy cálidos, amables y siempre buscaron que mi experiencia fuera la mejor. Como lo dije anteriormente, necesitaba visa y había viajado sin ella. Gracias al internet logré saber que, si era posible hacer la gestión de la visa en Alemania para viajar a Inglaterra, solo debía imprimir llevar el formulario impreso (eran bastantes hojas, la señora de la casa donde me estaba quedando casi se infarta porque no paraban de salir hojas de la impresora), tener la cita en Berlín y si todo salía bien, en un par de meses podría estar viajando a Inglaterra a cumplir tan anhelado deseo.
El 3 de diciembre de 2015 era el día de mi cita. Me desperté muy temprano porque mi bus salía a las más o menos a las 7 de la mañana, ambos “padres” trabajaban en Dresden, ciudad de donde empezaba el recorrido, así que me hicieron el favor de dejarme en la estación. Las 3 horas de recorrido solo fantaseaba con estar en Anfield, cantar el You’ll Never Walk Alone y ojalá celebrar una victoria del equipo de Klopp. Digo ojalá porque en ese entonces, seguía siendo un equipo que aspiraba con todas sus fuerzas al menos a lograr un cupo en alguna competición europea. Llegué a Berlín puntual a las 10 de la mañana, con el tiempo justo para buscar algo de comer e ir a la embajada para cumplir la cita. La embajada estaba a más o menos 10 minutos caminando de la estación de metro del zoológico, ahí me bajé y caminé hasta el lugar. Me estaban esperando, recibieron mi formulario y la señora no pasó si quiera a la segunda página y subió la mirada, apenas vi su rostro sabía que algo estaba mal. “¿Vienes acompañado de un adulto?” mi rostro se puso color blanco, como la nieve que estaba por caer en cuestión de días, porque por supuesto que fui solo. “Lo siento, como eres menor de edad solo te podemos atender si vienes acompañado de un adulto”. El clima de aquel día ayudaba para la nostalgia y la tristeza de aquel chico de 17 años que veía su sueño caerse a pedazos.
Las 3 horas de regreso parecían 6, de Dresden a Brockwitz, el pueblo donde llevaba más o menos 3 meses no dije una palabra. Llegué a casa y les conté a mis papás por el grupo familiar de WhatsApp mi tragedia, mi madre siempre prudente me dio palabras de consuelo; mi padre, siempre imprudente y poco entendedor de la tecnología escribió un mensaje en el grupo, pensando que era a mi mamá que decía algo como: “pero muy despistado, si él sabía que quería ir pues hubiera hecho la vuelta acá” y tal vez tiene razón, pero obviamente no eran las palabras que quería escuchar en ese momento. No era suficiente la lluvia berlinesa de aquel día, yo debía ponerle más drama a la situación, así que puse videos de Anfield, de los hinchas cantando YNWA hasta que me quedé dormido.
Me costó un par de días superarlo y como buen aficionado del fútbol que soy, no podía irme de Europa sin ver un partido de primer nivel. Tenía una tía en Italia que también le gusta el fútbol y las últimas dos semanas eran las vacaciones de primavera de mi colegio; ir a ver al Napoli en el entonces Stadio San Paolo iba a ser mi consuelo. Por esos días había sido el sorteo de octavos de final de la UEFA Champions League y el de los dieciseisavos de final de la UEFA Europa League, el Napoli se cruzaba con el Real Madrid y le comenté a dos grandes amigos por un grupo de WhatsApp la mala suerte que tenía ya que según mis cálculos los partidos de ida se jugaban la primera semana de marzo de 2016, una semana después de haber regresado a Colombia (nuestro vuelo de regreso era el lunes 29 de febrero). “Mate los partidos son la semana en que nos vamos”; aquel mensaje de María Isabel es uno de esos que cambian vidas. El Liverpool había clasificado primero en su grupo de Europa League y debía visitar el jueves 25 de febrero al FC Augsburg, equipo pequeño de Alemania que por primera vez en la historia disputaba una competición internacional. 445 kilómetros y unas 4 horas en tren me separaban de cumplir un gran sueño.
El descubrimiento se dio en vísperas de Navidad y el regalo de mis padres no sería más que la boleta para ir a ver el partido. Estuve todo el día ocupado, en la mañana haciendo las compras de la cena con la familia y empacando regalos, mi familia no era de ir a misa, pero en navidad en Alemania hay una tradición de ir, ya que los niños que pertenecen al grupo de la iglesia hacen una obra de teatro, la misa que dura 3 horas se hizo de 13. Terminada la ceremonia, fuimos a casa a cenar, abrimos los regalos y apenas tuve “libertad”, subí a mi cuarto a empezar a buscar la entrada para el partido, pero no iba a ser tan sencillo como esperaba.
Por supuesto que en la página oficial del Augsburg, las boletas estaban agotadas era la primera vez que el equipo jugaba en Europa y además de haber logrado clasificar a las rondas eliminatorias, iba a enfrentar a un gigante como el Liverpool, que no estaba en su mejor momento, además el equipo alemán había anotado gol en los 6 partidos de la fase de grupos. Como venía diciendo, las boletas en la página oficial estaban agotadas, así que tuve que recurrir a páginas de reventa en donde estaban mucho más costosas y no en la mejor ubicación. Primeros 3 intentos de compra fueron fallidos, además el computador que tenía, como decimos acá en Colombia, trabajaba a las 3 velocidades del burro. Estaba comenzando a frustrarme, además a mi celular le quedaba poca batería y mi cargador se había dañado. Cabe resaltar que, los 3 días siguientes a navidad es festivo y en mi pueblo (que era de más o menos 20 casas) no había si quiera un supermercado. Como tenía poca batería y no sabía que hacer, hice lo que todo casi hombre maduro haría para solucionar un problema: llamar a mi mamá. Después de otro par de intentos y con 7% de batería lo logré, llegó el correo de confirmación de compra y apenas colgué con mi madre, corrí al baño a llorar. Las lágrimas eran imposibles de detener, tantas mañanas madrugando a ver los partidos y tantas noches soñando estar ahí, por fin iba a ser posible.
La familia que me hospedó planeo un viaje a Rostock, ciudad del norte de Alemania, así que hasta el 28 de diciembre no logré conseguir un cargador, de todas formas, nada me faltaba, no veía la hora en que fuera 25 de febrero. Pasamos año nuevo allá, a pesar del frío tan impresionante, fue una experiencia muy bonita y una forma de, por así decirlo, pasar tiempo en familia. El 2 de enero fuimos a ver un show de fuegos artificiales a la playa y al culminar el espectáculo de luces, así como pasa en las películas empieza “When you walk...”, que conexión tiene Rostcok con el himno del Liverpool? ¿Por qué razón lo ponían una vez terminado el show? La verdad es que no sé, pero para mí era magia, era el destino recordándome que era cuestión de meses para poder ir a cumplir un sueño.
La ansiedad me pudo y lo primero que hice cuando regresamos del viaje fue rastrear mi pedido, pero después de tres intentos, no pude acceder y según recuerdo, había entendido que, de intentarlo una vez más mi cuenta sería bloqueada y no llegaría la boleta para asistir al evento, así que decidí esperar pacientemente a que la boleta llegar a mi casa. Paso enero, y todos en la casa nos preguntábamos, ¿cuándo iba a llegar la boleta? Fue corriendo el mes de febrero, tuve la última semana de colegio y mis compañeros de clase me hicieron una despedida, lo cual me sorprendió mucho porque, como mencioné arriba no es que llegáramos a ser grandes amigos. La primera semana de vacaciones me la pase pegado a la ventana como cual niño espera con ansias la llegada de sus padres, a que el camión de DHL se detuviera en mi casa y dejara la boleta. Tenía el tren reservado y una cama en un hostal, lo único que faltaba era la boleta para poder asistir al partido.
Dos días antes del partido recibí un correo electrónico de la página web donde había adquirido la boleta, consultado por mi experiencia en el evento; a lo que de inmediato respondí que mi evento era el jueves y no tenía aún el ticket. Pasados unos minutos recibí la respuesta que temía, por intentos fallidos bloquearon mi cuenta, el dinero se iba a devolver y yo no iba a recibir el boleto. El día anterior al partido, después de discutirlo un poco con mi mamá, ella me dio el empujón final y decidí ir e intentar comprar la boleta afuera del estadio, fui a donde Diana, una amiga del colegio que estaba en un pueblo cercano a que me ayudara a hacer un cartel, porque mi letra es la combinación de la letra de médico y abogado (o sea horrible) “6368 nights dreaming about... Tonight”. Y con toda la fe me fui a dormir, al otro día empezaba para mí una larga aventura.
De nuevo mi papá anfitrión me dejó temprano en la estación de tren, por fortuna había comprado los billetes con buen tiempo de anticipación porque uno de los trenes se retrasó dos horas y en vez de llegar a las 3 de la tarde llegué a las 5 a la estación de Augsburgo. Gasté mis últimos ahorros en los taxis de la estación al hostal y del hostal al estadio, a ambos taxistas les comenté la situación y ambos con pesar me respondieron “no creo que lo logres, la reventa de boletas está muy controlada acá en Alemania”, yo decidí no ponerles atención y alrededor de las 6 de la tarde llegué al WWK Arena y empecé mi recorrido.
“Tickets? Tikcets?, Haben sie Tickets? Do you have Tickets?, ya le había dado unas 2 vueltas al estadio sin tener éxito alguno, de hecho, había gente que me preguntaba si los vendía, fue un poco racista de su parte, pero igual forma les respondía bien. Me llevé bien con dos hinchas que venían desde Liverpool, con los que pacté, si lograba conseguir dos boletas, me vendían la que tenían que estaba ubicada en la zona de visitante, lo que quería decir que estaría acomodado junto a todos los hinchas del Liverpool. Terminando de dar la tercera vuelta, veo que estaban negociando con un señor, tenían el trato casi cerrado, 90 euros por boleta... hasta que llegaron un par de personas a ofrecer 120 por cada una. Quedamos todos en un círculo, los dos ingleses, los otros dos interesados, el vendedor y yo, ¡ah! Y había una persona extra que estaba ahí pendiente de lo que discutíamos. Nosotros llegamos primero, decían mis nuevos amigos, pero el vendedor se inclinaba por el mejor postor. Nosotros venimos de inglaterra, es mucho tiempo en avión!, decían los “Scousers”, “pues si es por eso, nosotros venímos en carro desde Turquía”. Me considero una persona tímida, pero si no metía la cucharada me iba a quedar sin ver al Liverpool y todo ese viaje iba a ser más o menos para nada, así que dije “Pues yo vengo de Colombia, son más o menos 12 horas en avión además hice un viaje de 4 horas en tren”. Todos impresionados de la cantidad de tiempo que había recorrido y que había estado en Alemania, de nada sirvió, al final el vendedor, como era obvio se puso al mejor postor.
El círculo se separó, mis amigos y yo estábamos dispuestos a seguir recorriendo los alrededores del estadio, cuando aquel “Extra” del círculo, ese que no tenía nada que ver en la conversación, se acercó y me dijo “entonces vienes de Colombia” a lo que asentí y me dijo “tengo una boleta, 150 euros y está ubicada en un muy buen puesto”, a mí no me interesaba si era el mejor o si era “gallinero”, tenía la oportunidad de entrar. Nos alejamos un poco de la entrada para que no vieran los policias, el me pasó la hoja impresa con el boleto y yo el dinero y cada quien por su camino. Me dirigí de inmediato a la entrada e ingresé al estadio.
El partido terminó 0-0, con 0 tiros al arco por parte de ambos equipos, pero viví una experiencia única. No solo cumplí mi sueño, el ambiente ese día en el WWK Arena fue fantástico, la gente muy cálida y pude por primera vez, cantar el You’ll Never Walk Alone dentro de un estadio. Aquel cartel le pareció bonito a los hinchas que estaban sentados al lado mío, quienes fueron muy amables y me invitaron a una cerveza. Una experiencia que jamás olvidaré y me enseñó a que nunca hay que dar nada por perdido.
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